domingo, 22 de abril de 2012


La esencia del diálogo: escucha, palabra y silencios

El milagro del diálogo lo produce la acertada combinación de estos tres elementos: escucha atenta, habla adecuada, oportunos silencios. En un  diálogo equilibrado y maduro, ninguno de estos tres elementos es más importante que el otro y los tres son igualmente necesarios.  Hay una máxima oriental que dice: «Nadie pone más en evidencia su  torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido».  Saber hablar es un arte que implica, a su vez, saber escuchar. Saber  articular adecuadamente la palabra y estar atento a la que el interlocutor  pronuncia, es un ejercicio que exige esfuerzo, sensibilidad y sabiduría del corazón.

El arte de saber escuchar

Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas,  pero se escucha poco, apenas prestamos atención a lo que dicen los demás,  olvidando que la atenta y amable escucha es la base del genuino diálogo. Sin  capacidad de escucha, de atención al otro, el diálogo queda bloqueado. Si  todos queremos hablar a la vez y nadie escucha las razones del otro, no hay  diálogo, solamente «monólogos yuxtapuestos» estériles y hasta ridículos.  Únicamente cuando uno es capaz de escuchar al otro, abre la puerta  para que el interlocutor pueda comunicarse con él. Y precisamente esta  intercomunicación, hecha de escucha       respetuosa y de habla adecuada, es la 
esencia del diálogo.

El justo equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro del diálogo. Y de verdad el diálogo es un milagro de armonía, de respeto y de  sinceridad que posibilita la convivencia pacífica.  Si dialogáramos más y mejor, nuestra sociedad cambiaría radicalmente y  poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano.  Nuestra sociedad, hoy, presenta un aspecto hosco y crispado porque en  ella falla el diálogo. El problema generacional, por ejemplo, se agudiza porque  en ambas partes (padres, hijos) hay poca capacidad de escucha.  Creceremos en humanidad en la medida en que sepamos dialogar y  convivir en paz, trabajando juntos en la construcción del bien común.  Es cierto que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué  decir o porque resulta más cómodo no decir nada. Pero hoy día el defecto  más generalizado es precisamente el contrario: la inflación de palabras, la  «incontinencia verbal» de las personas que siempre hablan y nunca escuchan.  Extraña enfermedad que consiste en no escuchar y sólo hablar, hablar por  vicio, sin atender por dónde va la conversación e interrumpiendo no pocas veces la palabra del otro. Es una especie de patología psicológica que pone  muy nervioso al interlocutor.  El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta. El escritor  francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir  los oídos». Solo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que  podemos brindar a nuestro interlocutor. Es difícil poder decir algo válido al que  dialoga con nosotros si antes no abrimos de par en par nuestros oídos para  escucharle.  Saber escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige dominio de  uno  mismo.  Es  un  arte  y  un  gesto  de  sabiduría.  Es  verdad  que  el  diálogo está hecho de palabra y de escucha, pero lo que más suele fallar es la  escucha. Escuchar es una actitud difícil porque implica atención al interlocutor, esfuerzo por captar su mensaje y comprensión del mismo. Los que solo hablan sin escuchar entorpecen el diálogo y se empobrecen  en un monólogo egoísta y fastidioso que no conduce a nada. 



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